jueves, 24 de enero de 2013

Los prescindibles. Lo que no leeré porque no me hace falta hacerlo

No sé con certeza cómo se puede prescindir de un libro al estilo Calvino. Lo imagino viendo los títulos en el lomo, deteniéndose a pensar un instante para valorar el contenido y concluír con un gesto que sintetiza: "leerlo es perder el tiempo". Pero no soy Calvino, si soy optimista he leído un 0.1% de las páginas que él ha recorrido. ¿Prescindir de un libro no es, en esas circunstancias, un acto de profunda soberbia? No lo sé con certeza. Quizá sí. Pero la soberbia es un lujo que a veces nos podemos dar sabiéndola administrar. Tengo pues mis libros que no he comprado, no compraré y estoy seguro que no necesitaré.

En primerísimo lugar aquellos firmados por Paulo Coehlo. Nunca he leído uno sólo de sus títulos, pero en twitter y facebook pululan extractos, frases suficientes para darme cuenta de que sus textos están plagados con frases hechas a las cuales les da una vuelta para imprimirle "su toque". Tiene mérito, eso no lo discuto, ha sabido sacarle jugo al conocimiento popular y al sentido común. Pero para conocimiento popular y sentido común el de mis amigos, que además viene cargado con una dosis de ironía y ¡es gratis!

Dudo de la integridad profesional de aquellos que se autoproclaman "intelectuales". Sus libros en consecuencia son descartables, prescindibles. Existe un tipo, por ejemplo, que tomó la historia de bronce de México, la dispersó sobre un escritorio y llegó a la conclusión de que estaba incompleta. Carecía de todos y cada uno de sus prejuicios. Tuvo la desfachatez de embarrárselos y ha publicado con eso varios libros. Ya hay quien se ha ocupado de decirle sus verdades (aquíaquíaquí), historiadores de verdad a quien, herido en su orgullo, sólo atina a decirles y con eso al resto de la comunidad, que son (somos) unos reproductores de la historia oficial. @tazy, quien lo troleaba a menudo, le bautizó como zonzo, nada mejor que una síntesis, ¿no?

Luego están los libros escritos por farsantes. Individuos con la capacidad suficiente para convencer de que su texto es una cosa y no otra. Que se trata, por ejemplo, de historia y no de literatura (Francisco Martín Moreno). Que se trata de una obra propia y no de una copia de otra con destellos de originalidad (Dan Brown). El éxito no es culpa de ellos, es de nosotros los lectores, pero al mismo tiempo tampoco es nuestra culpa que al comprar sus libros contribuyamos a su éxito y esto se convierta en un círculo vicioso.

Finalmente, los libros de moda me generan siempre muchas dudas. No me atrevo a tenerlos en mis manos. Me causan un poco de repulsión. Quizá se explique a partir de la relación literatura-Hollywood (¿o será Hollywood-literatura?) en los títulos de moda. Por un lado está bien, se incentiva la lectura; pero, por otro, anulan todas las posibilidades de un libro al encerrar su lectura a lo que sucedió en la pantalla. No permite que se recreen los espacios, tramas, alegrías, tragedias, todas las humedades y que se humanicen los personajes a partir de las filias y fobias del lector. Un libro de moda usualmente llega, gracias al cine, con todo hecho. ¡Qué flojera!

En alguna ocasión un amigo, Enrique "El Chamucho" Rodríguez Varela, me dijo que había que leer de todo. Pero estoy seguro que hasta él tiene sus libros prescindibles.